Dos meses 27 días para completar un recorrido de mil 200 kilómetros desde Darién a Chiriquí en una travesía a prueba de todo.
Por: Abdiel Barranco
Fotos: Cortesía de Fundación TransPanamá
Tal vez para muchos, el nombre de Rick Morales no diga nada y puede que TransPanamá signifique solamente una marca comercial, pero la fusión de estos dos nombres, más el apoyo de mucha gente, hizo posible la culminación de un sueño y el inicio de una misión, la cual es crear una ruta o sendero que atraviesa el Istmo, de frontera a frontera, mojando los pies en ambas costas y dejando huellas en los lugares de montaña más bonitos de Panamá.
Luego de más de cuatro años de planificación, correcciones de ruta, interrogantes y curiosidad, llegó el momento para realizar algo que en nuestros tiempos nadie había hecho o de lo cual no existía registro y era casualmente, una caminata continua (Thru hike) desde la frontera de Panamá con Colombia hasta el hito fronterizo entre Panamá y Costa Rica, pero por montaña, caminando por senderos, trochas o montaña virgen, cruzando ríos, quebradas y llegando vivo para contarlo.
Punto de partida
La verdad, hay pocos panameños que tengan experiencia, disciplina y tiempo para realizar esto, pero para un hombre con el temple de Richard Morales, el tamaño del reto y la responsabilidad que esto implicaba, no fue motivo de achicopalamiento, por lo que con mapa en mano y un equipo de apoyo, se enfiló el 26 de julio hacia la frontera con Colombia. Al llegar a ese punto, el cual se definió gracias a la ayuda de un GPS (sistema de posicionamiento global, por sus siglas en español), marcaron el inicio de la ruta, poniendo las banderas de ambos países, con la intención de que algún día alguien siga hacia Colombia.
Profundas experiencias
Tal vez el describir las experiencias vividas por Rick sea complicado, pero de solo imaginar el caminar por tierras en donde ningún ser humano ha puesto sus pies, es algo que incentiva a la imaginación para darle sentido a esta historia, por lo que traigo a la retina comentarios como «si vieras las guacamayas, volando sobre el dosel de los árboles, con esos colores» o el mensaje de su navegador, que puso a todos en alerta cuando dijo: «Cambio de planes, río crecido, armaremos balsa para cruzar».
A pesar de que la coordinación de muchos elementos estaban bajo la responsabilidad de un pequeño, pero eficiente equipo de apoyo, el excursionista nunca se sintió solo, ya que ahora su campo de juegos era todo el país, por lo que la única compañera que nunca le abandono fue su cámara digital, con la cual captó videos y fotos de cada kilómetro recorrido, los dolores, frustraciones, alegrías y ese cúmulo de experiencias que son hoy, muestra fehaciente de que no hay sueños imposibles.
Con cada paso, el descubrimiento de todos los bellos parajes conocidos fue tanto, así como también de sí mismo, ya que por mucha experiencia que tuviese, al estar solo en la montaña se enfrentó no solo con mosquitos y tábanos, sino con la ambigua sensación de sentirse humildemente pequeño, ante la inmensidad del reto que decidió afrontar y para el cual se entrenó durante toda su vida, teniendo siempre la certeza de que Costa Rica a cada paso estaba más cerca.
Apoyo
Reconoce que es difícil nombrar las comunidades y personas que conoció, dado que a lo largo de todo el recorrido hubo gente que sin conocerle, le guió, le dio la mano y hasta una cucharadita de azúcar para el café de la mañana, el cual era uno de los pocos placeres que le mantenía consciente de su realidad en ese momento. Pero no todo fue soledad y lodo, dado que amanecer tras amanecer y kilómetro a kilómetro, palpó la realidad del Panamá de monte adentro, de ríos de inmensa riqueza dorada, de problemas comarcales, de niños de barrigas infladas con aire por cena, así como de cimas en donde las aguas deciden llevar su caudal al Atlántico o al Pacífico, en el punto donde Vasco Núñez de Balboa divisó por primera vez la inmensidad de ese océano, allá en el Cerro Pechito Parao.
Según muchos alejados de la pasión por la exploración, esa loca aventura solo pudo enfrentar a nuestro explorador a serpientes, problemas médicos, riesgos innecesarios y muchas cosas más y efectivamente, así fue, dado que allá adentro, donde no hay señal para celular y la ayuda más cercana está a no menos de 7 ó 10 horas de caminata, la experiencia fue lo que le permitió a Rick armar una balsa para cruzar ríos, improvisar refugios todas las noches y mantener el ánimo, para soportar la hinchazón de los pies, por la constante humedad, así como la soledad.
Retrotraigo en mi memoria el video del momento en el que Rick cruzó el Canal de Panamá, justo en las esclusas de Gatún, donde trotando, cámara en mano, culminó uno de los dos tramos más difíciles de todo el recorrido, el cual se mantuvo oculto al público por un tiempo, dado que por su seguridad, las coordinaciones con el Servicio Nacional de Fronteras (Senafront) hicieron prometer que la información de la ruta por donde pasaría en esta parte del país, se mantendría oculta para evitar el posible encuentro con buscadores ilegales de oro en los ríos de Darién o con la insurgencia colombiana.
Luego de esta parte, el trakking o rastro que constantemente informaba su Spot (Unidad de rastreo Satelital) generaba datos de su ubicación, por lo que sorprendidos quedábamos de los rápidos avances diarios que llevaban a Rick a caminar hasta 35 km diarios, dado que el terreno y algunos senderos ya conocidos hacían de esta parte algo más llevadero, tanto para la navegación, como para los pies, pero la parte de la cordillera estaba por venir.
Poco a poco, el rápido progreso le permitió llegar a Río Belén en el Atlántico, atravesar Coclé, casi ser juez en las elecciones de la Comarca Ngäbe, ver aguas a lo lejos, allá en las montañas de Santiago y poco a poco empezar a sentir el rico clima de las tierras altas chiricanas, por lo que el olor de las torrejas de maíz y comida casera le llenaban de ilusión, hasta cuando recibió la noticia que en dirección contraria, había un corredor canadiense que justo atravesaba el país con dirección al cono sur, haciendo una travesía de polo a polo, por lo que no se permitiría ser el segundo, aunque habían condiciones geográficas y logísticas diferentes.
Mientras todo esto pasaba por la cabeza de Rick, las coordinaciones para el encuentro en el Hito Fronterizo con Costa Rica se hicieron bajo gran presión, dado que todo estaba planeado para que su caminata culminara un día sábado, para que así algunos pudiésemos recibirle y celebrar su hazaña, pero un tanto por el cansancio, así como por el momentum que le traía motivado, hicieron que el viernes 27 de septiembre, Rick y un grupo pequeño, pero bien integrado de la Fundación TransPanamá, le recibiera y ayudara a colocar la bandera costarricense, como fiel testigo de un sueño alcanzado.
Fueron 2 meses y 27 días, caminando 1200km, desde Darién a Chiriquí, donde Rick Morales palpó de primera mano un Panamá que él solo ha visto, tanto de día como de noche, con sol y luna, lodo hasta las orejas y la satisfacción de llevar en las venas y la memoria, un hito histórico. Por eso este pequeño homenaje a un hombre y amigo para que su nombre sea reconocido por locales y extranjeros no como la exaltación a un logro personal, sino como el ente catalizador con el cual cada uno de nosotros sintamos orgullo de promocionar un hecho, un sendero que ahora une las Américas.