Nuestra aventura inicia en Boquerón, provincia de Panamá y termina a las afueras de Portobelo, Colón.
Por: Lara Ortega Carballo
Fotos cortesía: Rick Morales
A quienes prefieren ubicarse de manera precisa, nos encontramos a 9⁰ 24’ 26” latitud norte y a 79⁰ 33’ 24” longitud oeste o a 35kms al noroeste de la ciudad de Panamá al norte del lago Alajuela, siguiendo uno de sus principales afluentes, el río Boquerón.
En el siglo XVI los españoles construyeron el Camino de Real que atravesaba el istmo de Panamá, para unir la costa caribeña con la pacífica y fue utilizado principalmente para enviar a España metales preciosos procedentes del Virreinato de Perú. Tenía ochenta kilómetros de distancia, un metro de ancho y estaba construido con piedras de canto rodado provenientes de los ríos. La ruta en su origen iniciaba en Nombre de Dios, en la costa del Caribe, y terminaba en la antigua ciudad de Panamá. Entre 1572 y 1573 el pirata Francis Drake saqueó la población de Nombre de Dios y los españoles decidieron mover el puerto a la fortificación de Portobelo. Fue así como el camino original se tuvo que modificar a 10.5kms al norte de Santa Librada, en su paso por la boca del río Longué.
Antes como ahora, este camino supone un reto y para evidenciarlo, les cito a Fernández de Oviedo, caminante de estas tierras por aquella época y con quien me identifiqué pese a los cuatrocientos años que nos separan:
“El camino asimismo es muy áspero y de muchas sierras y cumbres muy dobladas, y de muchos valles y ríos, y bravas montañas y espesísimas arboledas, y tan dificultoso de andar, que sin mucho trabajo no se puede hacer; y algunos ponen por esta parte de mar a mar, diez y ocho leguas, y yo las pongo por veinte buenas, no porque el camino pueda ser más de lo que es dicho, pero porque es muy malo, según de suso dije; el cual he yo andado dos veces a pie”.
Únanse a nuestra travesía que inicia esta hermosa tarde de verano en la que el sol no nos ahoga gracias a la suave brisa que lo acompaña. Por delante, cuatro días de dura caminata y tres noches de descanso en las cuales el agua, los sonidos de una fauna y el viento se convertirán en una nana nocturna que escuchamos desde las hamacas. La buena compañía, hace que encare el camino con alegría y fuerza. En el primer tramo desde Boquerón a Santa Librada vemos palos de mango como marañón curazao o manzana de agua y nos detenemos frente a una boa verde muerta. Pasatiempos comunes para alguien acostumbrado a la rica biodiversidad de Panamá pero que se convierten en hitos para quien explora estas tierras por primera vez.
Y así, entre hito e hito, llegamos a Santa Librada después de seis kilómetros y dos horas de tranquilo y estimulante caminar.
Santa Librada es un pueblito situado en un hermoso valle, antesala a un bosque de selva primaria que da vida al Parque Nacional Chagres y Parque Nacional Portobelo. Hacemos noche en la escuela, pegados a una pequeña iglesia rústica de piedra y al borde de una quebrada que acoge nuestro sueño. La escuela que es dirigida por una única profesora encargada de enseñar a once alumnos con edades entre seis y doce años, quien se encuentra a más de siete horas en carro de su familia.
Después de la cena conversamos bajo una enorme cúpula de estrellas; nuestro próximo campamento está a diez kilómetros y medio y en el camino cruzaremos la quebrada Escandalosa.
El agua es un inconveniente a tener en cuenta ante la humedad, un compañero ya tiene ampollas en carne viva. Como dice Rick Morales, nuestro guía en esta aventura de Jungle Treks, “ahora sus ampollas son las ampollas de todos”. Cada vez que nos encontramos con la quebrada ayudamos a nuestro amigo a cruzar al otro lado con los pies secos; y en cada cruce experimentamos mayor sensación de pertenencia. En un grupo reducido y en plena naturaleza de difícil entorno, fue una suerte sentir esta interdependencia entre nosotros.
El río nos guía al bosque primario que alberga mayor biodiversidad pues no ha sido intervenido por el hombre. Antes de adentrarnos, vemos un tucán pico iris (Ramphastos sulfuratus) y atravesamos fincas que han acabado con buena parte de este bosque. ¿Cómo es posible que esto pueda ocurrir dentro de los límites de un Parque Nacional? Me explica Rick que este hermoso bosque carece de implementación de leyes, de vigilancia forestal y de planes de educación y sensibilización. ¿Quedará bosque antes de que eso ocurra?… Mientras hablamos de cómo proteger el bosque, nos sorprende la presencia de un venado corso de cuernos rojos al otro lado del río. Hay que proteger este bosque, punto.
Descubro el achiote sirve como colorante rojo para alientos; que la víbora Porthidium nasutum es pacífica pero venenosa; y que los restos de las vías que encontré pertenecen al tren que sacaba el manganeso de la zona; una mezcla constante de apasionante historia y abrumadora naturaleza.
Llegamos a nuestro campamento Ambush Falls, cerca de donde se bifurcan los caminos a Portobelo y a Nombre de Dios, nos cruzamos varias veces con el trenzado río Longué que cuenta con múltiples cascadas de aguas cristalinas y da nombre a este lugar. Esa noche cenamos en un claro de estrellas, junto a otro brazo del río. Tomamos una sopa contundente y bebimos ron con la misma alegría con que lo hacían los piratas. Los mismos que a cinco kilómetros al sur trataron de capturar uno de los múltiples tesoros que los españoles portaban a su paso hacia el Caribe. Cuenta la historia que Robert Pike, colaborador del pirata Francis Drake, arruinó aquella emboscada precipitándose y dando lugar a que los españoles alertaran a los que venían detrás con el tesoro. El enfado del capitán Drake fue monumental.
Contando historias junto al río, nos vence el sueño y cojeo de vuelta a mi hamaca pues esa tarde me había dislocado el tobillo producto de una caída. La noche transcurre tranquila, pese a un aguacero repentino que nos aportó la agradable sensación de escuchar la lluvia desde un lugar seco. A la mañana siguiente, antes de comenzar a caminar, dos enormes mariposas azules (Morpho sp.) nos dieron los buenos días augurando otro hermoso y fatigado camino. Tenemos poca distancia que recorrer, pero el terreno es accidentado. Mientras más complicado, el paisaje parece hacerse más hermoso.
Quizás el punto más espectacular y de mayor exigencia es frente a una montaña que sólo nos da paso por el borde de la imponente cascada que la recorre. La vegetación es densa y nos abrimos paso con ayuda del machete, procurando no cortar plantas venenosas como el otoe lagarto (Dieffenbachia sp.). Ya en la cima y fuente de esta maravillosa cascada, nos sentamos a comer en presencia de la víbora Bothrops asper, que vino atraída por el olor de la comida. Me asombra la calma con la que compartimos espacio con nuestra nueva compañera. Ya nos hemos acostumbrado al bosque y a los que en él habitan. Continuamos la marcha y encontramos otro ejemplar idéntico además de una ranita verde pequeña cuyo nombre científico es Atelopus limosus.
Nuestro paso es lento ante semejantes desniveles; sin embargo, cuando la noche nos pisa los talones, acampamos al borde de un afluente del río Cascajal. Hemos recorrido sólo siete kilómetros después de seis horas caminando. Rick llama a este campamento Deception, porque cuando él y sus compañeros encontraron por primera vez este río, pensaron erróneamente que les conduciría de salida al mar Caribe. Para mí, este lugar también pudo ser una decepción pero aquí fui capaz de maravillarme, disfrutar y sentirme parte de éste. Mientras escribo y rememoro aquellas sensaciones, decido llamarlo Campamento del pequeño Arroyo, pero esa es otra historia.
De nuevo nuestras hamacas nos acogen en la oscura noche y nos proveen del descanso necesario para poder acabar el camino al día siguiente. Nos levantamos temprano y comemos un enérgico desayuno a base de quinoa, huevo y café. Por delante tenemos catorce kilómetros para llegar a Portobelo, soñamos con una cerveza fría y la sensación de haberlo logrado. Aunque me siento fatigada, estoy contenta por terminar la prueba. Ya en las puertas de entrada a las fincas donde el bosque está arrasado, me invade un profundo pesar y siento un repentino deseo de quedarme. La sensación se disipa ante la distracción que me supone el encuentro con una familia de doce a quince monos cariblancos, dos tyras (Eyra barbara) y una garza tigre rallada (Tigrisoma fasciatum). El camino es extenuante y cada paso cuesta, por lo que mentalmente me voy alejando de éste y me acerco a la cerveza fría que ansío. Así llegamos al final de nuestro camino y en cada sorbo de cerveza fría brindamos con euforia, cuales piratas que acaban de apoderarse del más preciado tesoro.
Como todo viaje que merece ser contado, éste ha sido uno de pasión por la historia y la naturaleza. Tal como narra el mítico Viaje al centro de la tierra de Julio Verne he visto cosas increíbles, he conocido gente que merece la pena tener cerca y he ido trascendiendo capas hasta llegar a ese mar interior situado en el mismísimo núcleo de nuestra existencia. Cuatro días de regalo a los que no les puedo pedir más, salvo regresar pronto y que siga existiendo esa agua cristalina de la cual poder beber.