Soy yo, con mi esposo Roberto, y mis hijos Roberto, Humberto y Julio saliendo de un juego. |
Por: Giovanna De Luca de Vallarino
Todavía recuerdo el día que mi hijo mayor, Roberto, que en ese entonces estaba por cumplir 11 años, llegó a casa emocionado con una volante donde se anunciaban los «Try Outs» para entrar a los Raiders, equipo de football americano de su escuela.
Lo primero que me vino a la mente (y me salió del alma) fue preguntarle ¿estás seguro? ¿football americano? pero ¿qué pasó con el basketball? Sin embargo, al verlo tan decidido, no me quedó otra salida que apoyarlo, como siempre lo hemos hecho, en todo. Así que Roberto asistió a sus «Try Outs» en marzo 2010 y fue escogido como miembro del equipo, categoría Mini. Desde ese entonces, empezó lo que yo creía sería todo un tormento para mí.
¿Qué de bueno tenía ese deporte? Ante mis ojos, era un grupo de «zumos» con cascos y uniformes bonitos y apretaditos, pegándose unos a otros para defender una bola que para colmos no rodaba como las demás. Solo veía agresividad, hombres en el piso y más agresividad.
Coach Roberto Vallarino (mi esposo) dando instrucciones al equipo |
Hoy, después de casi dos años y cuatro ligas de football americano (pues mi hijo Humberto también entró en ese entonces a la categoría Micro), me doy cuenta que este no es un simple deporte más. Va más allá de aprender a hacer bien el «stance» o ejecutar un buen pase de bola. Les enseña puntualidad, ya que si llegan tarde a las prácticas, son penalizados con «vueltas». Les ayuda a comprender el significado de compromiso, pues si faltan sin razón a una práctica o a un juego, lo más seguro es que se queden «banqueados» el próximo juego. Les enseña disciplina, a dar siempre lo mejor de sí mismos, pues hay que hacer las cosas bien la primera vez (cada oportunidad cuenta). Les enseña respeto, lo cual es practicado siempre que se dirigen a sus coaches, compañeros de equipo y árbitros.
Los papás “waterboys” Fidel Reyes y Martín Torrijos E. |
Les enseña a tener metas y objetivos bien trazados como por ejemplo, que cuando el ser humano se esfuerza para alcanzar lo que se ha propuesto, todo es posible, independientemente de los sacrificios. Les enseña qué es trabajo en equipo. Cada uno de los jugadores tiene una función crucial y son parte de una cadena. El que corre la bola no es nadie si el resto del equipo no hace su trabajo y le abre el camino para que pueda anotar. Esto es literalmente «cubrirse las espaldas», simplemente compañerismo.
Pero sobre estas y muchas cosas más, desarrollan algo que no se aprende viendo, sino viviéndolo: un gran sentimiento de amistad entrañable con sus compañeros y «coaches» realmente envidiable. La pasión los une durante cuatro largos meses.
Mamás con sus hijos celebrando (iz a derecha) Katherine Cardoze de Paz Rodríguez, Judith Ferrer de Boyd, Vivian Fernández de Torrijos, Giovanna De Luca de Vallarino, Vanessa González de Tzortzatos. |
Mis hijos han tenido la bendición de contar con «coaches» de lujo: un grupo de papás abnegados (incluyendo a mi esposo Roberto) que respiran football americano y que no duermen durante la temporada pensando en «drills», en nuevas jugadas, estudiando los equipos contrarios, haciendo su trabajo con gran profesionalismo y dedicación, para que los jugadores nos entreguen lo mejor en cada juego.
¿Y el resto de los padres del equipo?
Pues, la mayoría tenemos funciones asignadas voluntariamente y con gran gusto: los que coordinan lo referente al equipo desde el primer día y se encargan de cobrar y pagar los gastos; los encargados de asegurarse que tengamos tshirts alusivos al equipo para la «barra», calcomanías, placas y banderas para toda la temporada. También están los «waterboys», encargados de llevar y distribuir el agua a los jugadores durante los juegos; los que preparan las bebidas hidratantes para los «pelaos» y los que llevan los chocolates para el medio tiempo y así recargar baterías; los que llegan temprano al estadio para instalar banners y banderas del equipo para que la barra esté bien ubicada y lucida; los que toman fotos bajo el sol o lluvia para que tengamos recuerdos de calidad; los que tocan el redoblante y el tambor para completar la labor del megáfono y los que se dedican a mantener al día la página «web» del equipo.
Mi esposo y coach Roberto Vallarino, (iz a derecha) junto a nuestro hijo Roberto Vallarino Jr. , Carlos Duboy, Francisco Aparicio y Walter McGowen. |
En fin, cada uno, responsablemente, tiene su función para el mismo fin: apoyar a nuestros hijos. Créanme que esa amistad y camaradería que desarrolla el equipo durante la temporada, también se va reflejando en nosotros los padres, a los cuales no nos importa levantarnos un domingo a las 5:30 a.m. a hacer desayuno, a los que sufrimos cada jugada, sudamos, nos mojamos y gritamos por dos horas seguidas durante los juegos…esto y más, que para muchos representaría un gran sacrificio, para la mayoría de los papás de los Brader Raiders, intensos y apasionados como yo, está muy lejos de serlo.
El comienzo del nuevo año escolar también trae consigo la nueva temporada de football americano. Si sus hijos han demostrado interés en practicar este deporte, aprovechen la oportunidad de apoyarlos incondicionalmente, acompáñenlos y diviértanse con ellos.
Por mi parte, seguiré disfrutando de esta experiencia al máximo. Con tres hijos varones deportistas (incluyendo a mi hijo menor, Julio, quien empezará por primera vez en la categoría Micro en agosto 2012), me esperan muchos años de pasión por este deporte.