Por: Fernando Revuelta

Maratonista

Atletas Brooks

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La vida útil de una zapatilla deportiva, entendiendo por este concepto el periodo máximo de tiempo durante el cual el calzado mantendrá en un porcentaje aceptable su funcionalidad y prestaciones, dependerá de las características del modelo en particular y del tipo de uso y conservación que le demos. Como norma general los fabricantes suelen estimar una vida útil para sus diferentes modelos de calzado de correr que oscila entre los 400 a 700 kilómetros, lo cual no significa que llegado a ese punto debamos desechar las zapatillas. Así por ejemplo, cuando un calzado que tengamos dedicado en exclusiva a competencias o entrenamientos de alta intensidad ya no cumpla con las prestaciones esperadas, podemos destinarlo a rodajes y trabajos de menor duración, impacto o exigencia.

USO IDÓNEO

Los principales problemas que afectan a un calzado deportivo se circunscriben al desgaste de la suela, pérdida de elasticidad y poder reactivo de la media suela, y roturas en la parte textil del habitáculo. Lo usual es que una zapatilla de correr sufra un lógico desgaste según vaya acumulando kilómetros, el cual será especialmente visible en la parte de la suela. Los fabricantes se sirven de caucho en diferentes presentaciones para conformar los remaches que se incorporan a la media suela en variados patrones y relieves. Así el caucho presente en la parte del talón, donde hay mayor apoyo y fricción, suele ser por lo general de alta abrasión, mientras que la suela del medio y antepié será más suave de caucho soplado.

Si tomamos en consideración el tipo de pisada de un corredor neutral, este desgastará la suela de un modo bastante uniforme, pero si el corredor por el contrario tiende a modificar lateralmente el apoyo del pie al contacto con el piso, desgastará la suela de manera irregular. Este desgaste dispar en una de las partes de la suela, es el que con el paso del tiempo puede dar lugar a que la espuma de la media suela quede expuesta, y al ser de un material más suave, se degrade de manera acelerada afectando gravemente a la biomecánica del corredor. Obviamente un corredor de peso elevado será proclive a desgastar o deformar más sus zapatillas que un corredor liviano, tomando como base que usen el mismo modelo, pero lo que es realmente importante es que respetemos las especificaciones de uso de la zapatilla en particular. Si un calzado está indicado para terrenos de asfalto, concreto o pista sintética, no debemos bajo ninguna circunstancia sacarlo de su hábitat natural y usarlo en caminos o rutas donde abunden piedras, raíces u otros elementos de la naturaleza. Ello provocaría un desgaste acelerado e irregular de la suela, daños en la espuma expuesta de la media suela, así como posibles roturas y enganchones en la parte tejida del habitáculo. 

LAVADO Y CONSERVACIÓN

Como cualquier prenda o accesorio de vestir, debemos lavar nuestras zapatillas cada cierto tiempo. La periodicidad con que va a ser necesario dependerá finalmente del uso al que sometamos a nuestro calzado. Básicamente el lavado va a contribuir a mejorar el aspecto visual de la zapatilla, eliminando barro y suciedad, al mismo tiempo que ayudará a reducir el crecimiento de bacterias y el mal olor que ellas provocan. Por este motivo, unas zapatillas con las que corramos en trillo y caminos, necesitarán de mayor mantenimiento que un calzado exclusivo de ruta.

Antes de proceder con el lavado de las zapatillas es recomendable que separemos las partes removibles de las mismas, es decir, la plantilla interna y los cordones. Algunos modelos de zapatillas llevan la plantilla oculta en la media suela o pegada, así que en estos casos no es aconsejable que la arranquemos por la fuerza. En cuanto a los cordones, si tuviéramos dificultad para recordar el modo en que van insertados en los ojales, podemos tomar una foto antes de sacarlos, para de este modo y una vez lavadas las zapatillas, saber ubicarlos con la misma configuración original de fábrica.

El modo más idóneo para lavar nuestro calzado es manualmente en un barreño o cubo de lavar, al que añadiremos agua al tiempo y jabón neutro. Nos podemos ayudar de algún cepillo con cerdas suaves, inclusive de algún cepillo de dientes en desuso, para frotar aquellas partes a las que se nos haga más complicado acceder. Tendremos especial cuidado con la zona superior de la zapatilla, donde se ubica el tejido, ya que dependiendo de su consistencia y diseño, podría sufrir algún tipo de menoscabo. En la parte de la suela retiraremos cualquier elemento extraño que se haya podido insertar, como pequeñas piedras, trocitos de vidrio, espinas vegetales o inclusive partes de metal.

Una vez limpias las zapatillas las enjuagaremos con abundante agua para eliminar la espuma, y las pondremos a secar en un lugar aireado y a la sombra. Someter nuestro calzado a la exposición directa del sol no solo contribuirá a decolorar el mismo, sino también y más contraproducente, será dañino para la elasticidad de las espumas presentes en la media suela. Los cordones y plantillas los lavaremos por separado, poniendo las plantillas a secar en un lugar plano para que no adquieran deformidades.

Hay personas que por comodidad prefieren lavar sus zapatillas en la lavadora e incluso acelerar su secado procediendo a efectuar el mismo en una secadora eléctrica. Ambos métodos no son aconsejables, ya que es mucho más probable que durante el lavado automático se puedan producir enganchones con alguna parte plástica o metálica, y someter el calzado a fuentes de calor intensas, podría afectar seriamente a la integridad y resistencia de sus componentes.