Por: ANIA SMOLEC
Wine blog Concha & Toro
Fotos cortesía de Concha & Toro
Slow o lento parece no tener mucho sentido en un mundo que nos trata de convencer que deberíamos vivir rápido. ¿Qué es Slow Food? ¿Cómo podemos aplicar los argumentos de este movimiento a nuestra vida diaria?
Vivir rápido es aprovechar nuestros talentos, tiempo y oportunidades. Pero también podemos marearnos. Vivir rápido puede ser solo sinónimo de consumismo, materialismo y de una globalización mal entendida, donde el dinero se convierte no en un medio, sino en un fin último. Frente a esta disyuntiva, el movimiento Slow Food, creado en Italia en 1986, nos dice: “Para, respira, disfruta el mundo y la vida”.
Cuando el crítico gastronómico Carlo Petrini vio una nueva sucursal de una cadena de comida rápida en el centro histórico de Roma, casi se le cae el pelo. “Ya es suficiente con este horror”, exclamó, argumentando que la comida rápida no es sana –abusa de los químicos-, ni especialmente sabrosa, pero, sobre todo, absolutamente global y uniforme: sin el sabor local.
Hoy el Slow Food está presente en 50 países y desarrolla un sinnúmero de actividades: educación sobre riesgos de la comida rápida, de los alimentos procesados o genéticamente modificados y, por otro lado, destaca la biodiversidad y la vida sana, organiza fiestas de gastronomía autóctona y crea bancos de semillas, especies y plantas para mantener nuestro patrimonio culinario para las próximas generaciones.
“Comer” tiene muchas significaciones, pero “buen comer” solo apunta a una dirección. Es nutrición, alimentación y celebración. La tendencia del Slow Food afirma que todo comienza con un singular alimento. Tenemos que pensar y elegir bien antes de tomar la decisión de compra. Hacernos una serie de preguntas antes de llenar nuestro carro:
- ¿Productos frescos o procesados, con corta fecha de vencimiento?
- ¿Naturales o llenos de colorantes, preservantes, etc.?
- ¿De temporada o procesados en lata y preservados con sal o azúcar?
- ¿Locales o importados?
Por ejemplo, en Chile la mayoría de los grandes supermercados vende ajo importado de Asia. Este producto recibe tratamientos químicos para evitar los hongos y prevenir la brotación durante la larga travesía. ¿Estamos conscientes de que podrían ser un riesgo para la salud? ¿Por qué no preferir un producto local, mejor aún si es de un pequeño productor u orgánico? El Slow Food subraya la importancia de la ecología, ecosistema y biodiversidad, oponiéndose a los monocultivos, pesticidas y productos genéticamente modificados.
Cuando están cocinando en casa, viene otra serie de preguntas: ¿tienen realmente un valor nutritivo los platos pre-preparados y recalentados en hornos de microondas? ¿Representan un riego para nuestra salud? Tómense su tiempo y cocinen con paciencia. Un gran ejemplo de esta regla es el emblema chileno: la plateada. Un sabroso corte de carne de vacuno con verduras y aliños, cocinado durante horas en olla u horno. Cuando el plato está listo, no solo tienen una rica proteína para su almuerzo o cena, pero también un caldo que pueden convertir en sopa, guiso o salsa. Sí, hay que aprovechar todo. La comida no se bota. Hasta la última hoja de lechuga se puede convertir en comida para nuestros animales o compost para nuestras plantas.
En un mundo donde un sándwich parece ser la única comida posible, el Slow Food nos alienta a tomarnos un tiempo, comer con calma, sin televisión, sin correos electrónicos, sin chats con el celular. Nos alienta a utilizar todos nuestros sentidos. Comer al ritmo de un caracol –el isotipo oficial de este movimiento-, disfrutando cada bocado como si fuera el último.
Sin embargo, esta tendencia no solo significa comer sano, sino vivir en forma equilibrada, respetando la naturaleza y, por qué no, en la medida de nuestras posibilidades, cultivando algunos de nuestros propios alimentos, como tomates, lechugas o algunas hierbas, incluso en las terrazas de nuestros departamentos.
¿Se imaginan un mundo donde toda la comida tuviera el mismo sabor? Sí, lo sé, todos tenemos un amigo porfiado que come solo spaghetti con salsa boloñesa y ensalada césar incluso cuando viaja al Oriente Lejano. ¡En gustos no hay nada escrito! Pero es tanto lo que se pierde. La diversidad de la comida realza aspectos como tradición, origen y patrimonio. Es la antítesis del estilo de las cadenas de comida rápida, que seducen a las nuevas generaciones con su oferta estandarizada. Como en una pintura, necesitamos todos los sabores y colores posibles para expresar la belleza de las cosas.
Por eso el Slow Food, además, rescata los ingredientes y recetas locales. Cada país, e incluso cada región, posee emblemas únicos que corren el riesgo de ser olvidados. En Chile, por ejemplo, cuentan con los huevos azules de la Araucanía o las frutillas blancas de Purén. Estos productos únicos, que además involucran una tradición de cultivo centenario, no solo representan un alimento saludable y local, sino además un patrimonio para toda la humanidad.
El vino también es considerado un alimento agrícola. Por eso debería ser de buena calidad y elaborado en forma sustentable. No todas las viñas pueden ser certificadas orgánicas o biodinámicas, pero sí pueden dar pasos importantes. Incluso viñas grandes, como es el caso de Concha y Toro, pueden preocuparse de la tradición y el ecosistema, manejando sus cultivos de manera sustentable. Concha y Toro no solo mide su huella de carbono, sino que fue la primera viña en el mundo en medir su huella hídrica. Cada uno de los residuos es tratado de manera específica, buscando optimizar el proceso y generar el menor impacto en la naturaleza, respetando el ecosistema, la flora y fauna que habita en los bosques nativos y cursos de agua.
Si viven “slow”, ¿realmente pierden algo? Absolutamente, nada. Ganarán una vida más sana, llena de sabores y, sobre todo, más colorida y alegre. ¡Tómense su tiempo! No lo perderán.