Hay diversas formas de llevar a cabo la tarea de romper el hielo y cruzar las primeras palabras con esa chica o ese hombre que tanto te gusta.
Por: Yaribeth Vásquez
Definitivamente cada vez son menos los osados que se atreven a cortejar a una persona (hombre o mujer) de manera ingeniosa y seductora.
La clásica, conocida por todos, es el conocido cruce de miradas seguido de una sonrisa. En el caso de los hombres, estas dos acciones pueden ir ligadas con un hola dibujado con los labios o, en su defecto, un saludo discreto con la mano o una guiñada de ojos.
La mujer, por su parte, puede acompañar los gestos antes descritos con un jugueteo con su cabello y, si se quiere hacer la interesante, opta por entrar en el jugueteo de sostener la mirada por unos segundos hacia el objetivo, quitarla, para luego volver a hacer contacto visual. Y este jueguito lo puede llevar hasta cuando el chico se decide a abordarla.
No digo que estas populares acciones estén mal, es más, en muchos casos esto basta para que se den intercambios telefónicos y concertaciones de encuentro o citas. Pero señores, increíble, tengo 30 años y lo que veía hace 10 años, cuando teníamos pocos recursos para hacer más de cuatro cosas, es mucho más que los esfuerzos que se hacen ahora e incluyo a hombres y mujeres.
Ingeniosa
Haciendo remembranzas de algunas técnicas de cortejos que les he sabido a algunos conocidos y amigos, les puedo mencionar la historia de una amiga que le llamó, sobre manera, la atención un chico mientras esperaba su turno en un lava auto.
Cuenta que se miraron varias veces y que, aparentemente, era mutuo el interés. Sin embargo, el chico – ya sea por timidez, recato o porque estaba ocupado – no mostraba la más mínima intención de acercarse a mi amiga. Ella, al ver la situación, y temiendo que el chico se retirara del sitio sin la esperanzas de volverlo a ver, cruzó a una tienda para pasar por detrás del carro del chico.
Esta acción, que la llevó acabo con toda alevosía, premeditación y ventaja, tenía un solo objetivo: apuntar el número de placa del chico. Increíble, ella también se rehusaba a dar de salida el primer paso, pero no estaba dispuesta a perder a su adonis de vista.
El vía crucis fue largo, casi dos semanas le tomó conseguir a alguien que le averiguara los datos del chico en el Municipio de Panamá. Rogó, inventó un caso de choque y fuga – lo cual no le salió muy bien porque la mandaron a levantar un reporte en la extinta PTJ – ofreció dinero y hasta se atrevió a contarle a una funcionaría el porqué requería la información: «Yo siento que él es el hombre de mi vida».
Para no alargar el cuento, encontró la ubicación del domicilio del chico y le montó guardia por unos tres días a ver si detectaba movimiento de pareja. Al cabo de estos días, decidió ejecutar el encuentro casual, segunda parte. Esta vez, estacionó su carro a unos cuantos metros del área de estacionamiento del joven y esperó hasta que llegara. Al divisarlo, se bajó de su auto y caminó de frente a él por la acera de la barriada. Al llegar a la altura del muchacho, hizo un gesto de sorpresa, le sonrió y lanzó la expresión: «tú no estabas hace unas semanas en el Lava auto de la Gota Fría…», para su felicidad, el chico no sólo le respondió que sí, sino que la reconoció, lo cual era indicios de que no había olvidado su rostro.
Perseverancia e interés, las claves
Mi amiga mintió, diciendo que estaba en casa de una compañera de trabajo y que, por unos días, estaría por el sector haciendo unos trabajos en su casa. Ese día no pasó más que el saludo y el intercambio de palabras.
En los sucesivos días le costó ubicar al chico utilizando la misma dinámica porque el tenía un horario irregular de llegada a casa, pero al cabo de unos días, logró dos encuentros más y, en uno de ellos, logró lo que quería: que el chico le pidiera su celular y le insinuara tener una cita. Después de allí, ella logró «enganchar» al que ella llamó el hombre de su vida desde el día que lo vio por primera vez. Y créanme, siguen juntos contra viento y marea.
El romántico
Otro caso interesante, que vale la pena mencionar, es el de un conocido que trabajó a su doncella -amiga mía- bajo la sombra del anonimato total. No me pregunten cómo lo hacía, pero el tipo se las ingeniaba para dejarle en su carro pegatinas con unos versos que nos hacía ilusión a todas las que teníamos el encanto de leer semejantes líneas. Ah, un tema curioso es que las pegatinas siempre iban con un detalle, una flor pequeña curiosa, un muñequito de madera, una piedra curiosa y no recuerdo que otras cosillas más.
Amigos lectores, mi amiga no tenía idea de quien se trataba pero ella, estaba totalmente enamorada del tipo, lo soñaba, lo pensaba, lo sentía y hasta lo deseaba. Cuando se materializó el chico, les cuento, no era un adonis pero vestía y olía como un gran caballero. Ese día, a la salida del trabajo de mi amiga, estaba recostado en el carro de ella, con una de sus populares pegatinas con menajes pagadas en el lado izquierdo de su pecho, justo donde estaba su corazón. No recuerdo bien qué tenía escrito la pegatina pero era algo así como escucha mi corazón o habla con mi corazón.
El asunto fue que ese mismo día mi amiga mantuvo relaciones con el chico y cuando quisimos criticarla, nos respondió que por un mes ella había conoció más a ese chico, por medio de sus versos, que a cualquier otro con el que había interactuado personalmente, antes de pasar a la intimidad.
Romeos modernos
Otro caso similar, pero más tecnológico, son los romeos que compran chip de celular para mandar mensajes de amor a sus objetivos hasta que la persona pretendida, por la curiosidad, propone que se ejecute el encuentro.
Otras técnicas menos osadas pero efectivas, son los envíos de notas. No es necesario pedir números directamente, más bien hacer la invitación: «¿te puedo invitar a salir?» si es chico, y si es chica… algo menos agresivo: «¿te interesaría conversar?»
Lo cierto, mis lectores, es que no importa la técnica que se use para enganchar a una persona; al final, lo principal es reconocer las señales de cortejo que emite el contrario. Además, es bueno llevar el proceso natural, sin forzarlo. Si se da la oportunidad de intercambio de palabras, procurar llevar conversaciones amenas, de temas varios, sin enfocarse en uno mismo como persona o individuo, es decir, sin caer en el «yoismo».