Por: Harley J. Mitchell Morán
Abogado Ambientalista
Foto AP / Arnulfo Franco
La República de Panamá se encuentra al final de una zona de vida llamada Mesoamérica, “La América del Medio”, entre las de Norte y Sur América, siendo un sitio donde se ubica una cantidad enorme de biodiversidad y de recursos naturales. Porciones de esta región están entre las últimas masas terrestres en surgir a la superficie para unificar ambos sub continentes, dándose lo que los paleontólogos e historiadores ambientales llaman “El gran intercambio”, uno de los grandes eventos de la Era Cuaternaria, en la que aún nos encontramos.
Aquel intercambio consistió en el viaje de especies jamás conectadas con el hemisferio sur, hacia éste y viceversa. Así, animales hoy extintos como los mamíferos gigantes, mastodontes, gliptodontes y perezosos gigantes, además de pájaros del terror como la diatrima. Todas estas dejaron sus huellas en el Istmo panameño, siendo una de las últimas tierras a surgir, la muy estudiada “Formación Gatún”, que mientras estuvo sumergida, contempló la sombra del poderoso megalodón.
Este surgimiento tardío, fomentó que los corales panameños fuesen únicos, al ser de la más reciente formación a nivel mundial. Su estudio podría ayudar a comprender cómo han sido formados por la naturaleza, arrecifes de coral más antiguos. Entiéndase el coral, como un súper organismo, que no solamente vive por sí mismo, sino en interacción con infinita cantidad de crustáceos, gusanos, moluscos, peces y demás criaturas que se desarrollan en su interior y en su alrededor.
Las aguas panameñas, divididas por esta estrecha franja de tierra en la que nos encontramos, es sitio de distribución del tiburón ballena, el tiburón martillo, el tiburón toro, el tiburón blanco y el tiburón tigre, la ballena jorobada, la ballena azul y la llamada ballena asesina, u orca, otros mamíferos marinos incluyen los delfines de nariz de botella y, en las costas del Caribe, el pacífico manatí. En cuanto a los reptiles marinos, de las siete especies de tortugas marinas que existen, cinco desovan en las playas panameñas: la enorme tortuga baula, la tortuga verde, la caguama, la tortuga carey y la lora. También recibimos visitas de incomprendidas serpientes marinas del Pacífico, de boca tan pequeña, que no existe parte del cuerpo de un humano que de forma natural puedan morder para inocular su devastador veneno.
Según la Autoridad de los Recursos Acuáticos de Panamá, las aguas del Istmo cuentan con 629 especies de peces marinos para el Mar Caribe, 678 especies para el Océano Pacífico, mientras que 65 especies se han registrado para ambos mares. Cada cuenca hidrográfica, de las 51 que existen en tierra firme, tiene su propia diversidad piscícola, aún no del todo estudiada.
Las plantas panameñas son numerosas, con 10,444 especies, según el catálogo de plantas vasculares de Panamá. La misma fuente distingue entre 924 tipos de musgos y hepáticas (pequeñas, en forma de costra), 838 tipos de helechos y plantas afines, 22 especies de gimnospermas, de semilla expuesta y el fantástico número de 8560 de plantas con flores.
Los bosques de manglar panameño, puede que abarquen sólo 2% de la cobertura del país, pero su riqueza es incalculable. Como refugio de todo tipo de invertebrados, peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos. A nivel nacional, Panamá cuenta con aproximadamente 220 especies de anfibios (ranas, sapos, salamandras y las cecilias, carentes de patas), 270 especies de reptiles, desde la humilde lagartija de cabeza roja de los jardines, hasta el gigantesco cocodrilo americano. La diversidad de aves en Panamá es ya legendaria, contando con más de mil especies. Los mamíferos, por su parte, cuentan con más de 250 representantes en el país, incluyéndonos a nosotros.
La enorme diversidad biológica del país, no debe ser vista como un ofrecimiento comercial al mundo, o como fuente inagotable de proteína exótica, sino como un activo que requiere de dosis importantes de protección, conservación, uso sostenible e inversión para que ésta siga siendo posible. Sobre esta diversidad se ciernen graves amenazas que ameritan una intervención directa de quienes entran en contacto con ella, y de las autoridades que tienen el deber de ejecutar actos de conservación.